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  Personaje(s): Izumi Reiji, Takayama Mikiya, Yomogi Riko
Pairing: Mikiya/Riko
Rating: R

Y vas a quedarte solo

 

Reiji no estaba particularmente de buen humor, no ese día.

La noche antes les había sido comunicado cuál habría sido la punición para Mikiya y Yomogi, y él no había podido evitar de quedarse decepcionado.

Lo había esperado, no lo negaba.

Había esperado que el jefe Takayama tomara medidas más serias contra la mujer, que se librara de ella, que él no fuera obligado a verla jamás.

Sin embargo, por la enésima vez, el jefe se había mostrado demasiado comprensivo con ambos.

La que tenía que ser una punición había parecido más un chiste malo, sobre todo por él.

Por todo el día había sido atormentado por la idea de Mikiya junto a ella, cerrados solos en esa casa de huéspedes, y no había podido evitar de imaginar los escenarios peores.

Sabía lo que el menor sentía por ella.

Habría sido difícil ignorarlo mientras deliraba sobre su Riko-chan, sobre cuánto le gustara, cuánto lo encantara, cuánto fuera enamorado.

Y cada vez Reiji lo callaba, le respondía mal o que quedaba en silencio, siempre atormentándose las manos con las uñas para impedirse de gritar, para controlarse y evitar de decirle lo que realmente pensaba.

Evitar de decirle que ella no lo amaba, que nunca iba a amarlo, que no merecía todas esas atenciones.

Que él estaba allí, mientras Mikiya ni siquiera se daba cuenta de ese amor, porque Reiji nunca iba a encontrar el coraje para decírselo.

Reiji suspiró, pasándose las manos en la cara y presionado fuerte, como para borrar esas imágenes de su mente.

Y luego no resistió más.

Salió de la puerta, dirigiéndose rápido hacia la casa de huéspedes.

Tenía que saber.

Tenía que saber lo que estaba pasando, tenía que sacar esa idea de su mente, o iba a enloquecer.

Yomogi no quería a Mikiya, y eso estaba seguro.

Sin embargo, no era del amor que tenía miedo.

Entró en la sala, cuidado a no hacer ruido, echando una mirada rápida hacia la cocina, sin ver a nadie.

Oyó los latidos de su corazón acelerar, sin misericordia, mientras más lento se acercaba a la habitación de Mikiya.

Y entonces, lo oyó.

Un gemido bajo, sofocado.

Era la voz de Yomogi, no había duda.

Izumi se mordió un labio, titubeando.

Sabía que tenía que irse. Sabía que no estaba justo quedarse allí, sabía que iba a hacerle aún más daño.

Sabía todo eso, pero por algún extraño instinto autodestructivo, se forzó y abrió un poco la puerta, echando una mirada dentro de la habitación.

Fue como un disparo al corazón, aun supiera ya lo que habría visto.

Vio la espalda nuda de Mikiya, y la línea de la columna vertebral que dividía en dos esas escápulas amplias, suaves. Perfectas.

Vio los tendones del brazo en tensión, mientras trataba de aguantarse.

Vio sus caderas, cubiertas por la sábana, moverse de manera sinuosa, lenta, mientras él reclinaba la cabeza, los ojos entrecerrados y una expresión de puro goce en la cara.

Y luego vio a ella, y tuvo que luchar contra sí mismo para impedirse de gritar.

Tuvo gana de entrar en esa habitación, sacarla de esas sábanas y tomar a Mikiya, haciéndolo suyo como habría tenido que ser.

Y la idea de no poderlo hacer lo hería más que todo.

Quería irse, no ser obligado a mirar, pero no tuvo éxito.

Había algo... magnético, en lo que estaba mirando.

Si tenía éxito de ignorar a Riko, a ignorar su presencia, su voz sus manos que se apretaban en el hombre que él amaba...

Se ignoraba todo eso, quedaba Mikiya.

Mikiya, como siempre había querido verlo.

Sintió su erección empujar contra el tejido de los pantalones, y casi se sorprendió.

Sin embargo, no estaba extraño.

Le había ocurrido de tocarse pensando en él, más veces que efectivamente quisiera admitir.

Y tenerlo enfrente a sí, teniendo sexo, gozando, era más de lo que su imaginación pusiera elaborar.

Mordiéndose un labio, llevó la mano dentro los pantalones, bajo los calzoncillos, y comenzó a tocarse.

Se concentró en el chico enfrente a él, excluyendo todo lo restante de su visual.

Las manos del menor estaban en las caderas de la mujer, apretando fuerte, tanto de herirla, y Izumi pensó en cómo habría sido tener esas manos en su cuerpo, aplicando cuanta fuerza quería, porque él no estaba tan delicado.

Lo vio arquear la espalda, empujando más rápido dentro de ese cuerpo que Reiji trató de ignorar, imaginando el suyo en cambio.

Apretó la mano alrededor su erección, tratando de apresurarse, de llegar al mismo nivel de excitación de Mikiya, porque si se hubieran corrido juntos quizás le habría parecido más real lo que solo estaba ocurriendo en su cabeza.

Y no fue difícil.

Mirarlo lo excitaba terriblemente, tanto que se sentía ya cerca de su límite.

Movió la mano a un buen ritmo, el mismo de las caderas de Mikiya, y llevó la otra a su boca, sofocado cada gemido, cuidado de no ser descubierto.

Cuando Mikiya se corrió, arqueando mayormente la espalda e reclinando la cabeza, dejándose llevar por un grito sofocado, Reiji llegó al orgasmo también, con esa imagen grabada en la mente.

No se dio mucho tiempo para recuperarse; se limpió distraídamente la mano contra el pantalón, decidido a ir a cambiarse, y se concedió solo una última mirada a Mikiya, antes que el menor se moviera, antes que lo obligara a ver la cara de Yomogi, antes que viera cualquiera señal de goce en esa, señales inmerecidas.

Se fue, así como había llegado. En silencio.

Porque él nunca decía nada. No hacía nada para ser visto, ni por los otros ni por Mikiya.

Era una sombra, pero estaba allí.

Como lo que sentía, al final.

Cada sentimiento iba a ser sólo un deseo no expresado en su corazón.

No iba a decir nada a Mikiya, no tenía sentido.

Sólo iba a quedarse mirando.

 

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