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  Personaje(s): Takayama Mikiya
Pairing: Izumi/Mikiya
Rating: R

Hada no yogore

(Manchas de la piel)

 

Mikiya miró afuera de la ventana, con aire melancólico.

Llovía.

Quería salir de casa, bajo la lluvia también.

Y hacer algo, no importaba que.

Pero estaba como si no tuviera éxito de moverse, como si fuera consciente del hecho que, afuera de esas paredes, no iba a saber realmente lo que hacer.

Suspiró, descansándose en el colchón y mirando el techo.

Sabía lo que querría hacer, en realidad.

Querría salir, empezar a correr, e ir a casa de Izumi, abrazarlo y besarlo, hasta que los labios no hubieran echado raíces en los suyos.

No podía hacerlo, y lo sabía.

Habías pasado casi dos semanas, ya.

Casi dos semanas desde esa única vez que habían saltado a la cama; recordaba que Reiji había excedido con el alcohol esa noche, algo que nunca le había visto hacer antes.

Y luego, efectivamente, se había explicado por qué.

La mañana siguiente se había despertado en las sábanas de su cama con una sensación de calma, de serenidad.

Feliz, porque pensaba de haber finalmente obtenido lo que había deseado desde demasiado tiempo, sin poder expresarlo en alta voz.

No había durado mucho, esa sensación.

Izumi le había dicho que había sido un incidente, que no iba a repetirse. Le había dicho que no podían, que no tenía sentido, y que había pasado por el exceso de sake de la noche precedente.

Y Mikiya habría querido contestar, decirle que él había sido enteramente sobrio, que tenía claro en mente lo que había pasado, pero no tuvo el coraje.

Solo unos días siguientes, nacida la convicción que el mayor pensara que entre ellos no podía haber un final feliz porque Mikiya era el hijo del jefe, se había armado de valor y había hecho su jugada.

Solamente pensándolo, ahora, sentía una punzada al corazón.

En su mente seguían apareciendo sus palabras, con esa voz casi infantil, y había pronto aprendido a odiarlas.

Te amo, Reiji.

Quizás, en el tiempo, habría tenido éxito de olvidar su decepción.

Pero no la mirada de Izumi, esa estaba grabada en él y su memoria como marcada al fuego.

Los ojos salidos, la expresión antes de sorpresa y luego casi de disgusto.

Y su respuesta, con esa compostura y esa educación que Mikiya había odiado.

 Le habría gustado más que le dijera que estaba loco si pensaba que podía haber algo entre ellos, que lo insultara también. Lo habría hecho sentir mejor.

Con su ‘lo siento’, solo lo había convencido de estar de verdad loco, de haber elegido de interpretar señales que, al final, nunca habían existido.

Mikiya se frotó la cara, concediéndose de gritar para descargas su frustración.

En la casa de huéspedes no había nadie que pusiera oírlo.

Pensó en esa maldita noche.

Pensó en las manos de Izumi contra de él, pensó en su lengua contra su piel, hirviente, en contraste con el frio del suelo.

No habían llegado hasta la cama.

Mikiya dejo deslizar una mano bajo el tejido de los pantalones y los calzoncillos, cerrando el puño alrededor su polla y empezando a mover la muñeca, rápido, urgente.

Trató de focalizarse en esos momentos, en lo que había sentido con Izumi encima a sí, sin pensar en lo que había conseguido de eso.

Fingió con sí mismo de tener aún el derecho de ir a su casa para ser follado cuando quería, y siguió moviendo la mano, mientras la rabia y la melancolía dejaban espacio para la excitación.

Pensó en la sensación del cuerpo de Izumi, en el calor de su piel, su erección que se movía dentro de él.

En su toque alrededor su miembro, esos movimientos desprovistos de urgencia, determinados, como si no fuera la primera vez que tenían sexo, como si fuera algo ya experimentado, y él supiera exactamente lo que hacer para hacerlo llegar al orgasmo.

Mikiya hizo los mismos movimientos.

Imaginó la mano de Izumi, más fuerte y menos ahusada de la suya, la imaginó hacer esos mismos gestos, mientras seguía empujando dentro de él.

Fue con esa idea y la cara de Reiji en mente que Mikiya finalmente llegó al orgasmo, sofocando apenas un gemido.

Agarró un pañuelo de la mesilla a lado de la cama, se limpió rápido la mano y volvió mirando afuera de la ventana, como si nada hubiera pasado.

Luego, sin tener éxito de evitarlo más, rompió a llorar.

¿Por qué había sido tan estúpido?

¿Por qué se había convencido que pusiera realmente haber algo entre ellos?

Loco, era lo que había sido.

Se había nutrido de ese pensamiento hasta hacerlo real, y ahora estaba pagando las consecuencias.

Porque seguía repitiéndose que cuando eres loco, cuando el mundo no gira como tendría o como se había imaginado, deberías habituarte al dolor que esa locura lleva consigo.

Pero él aún no había tenido éxito de hacerlo.

Quizás la herida estaba aún demasiado fresca, quizás solo tomaba un poco de tiempo más, y un día iba a ser capaz de sonreír pensando en su estupidez.

Pero mientras su respiración estaba aún dificultosa después del orgasmo, mientras la cara de Izumi seguía contaminándole la mente, le parecía casi imposible tener éxito de habituarse a ese dolor, a la idea de no poderlo tener, al pensamiento de lo que le había sido concedido y pronto sacado.

Mikiya podía habituarse al pensamiento que Izumi nunca iba a ser suyo, pero estaba como si las manos de Reiji hubieran dejado una marca en su piel, una marca que él no podía remover.

Como si quemara.

Y a ese dolor, lo sabía, nunca iba a habituarse.  

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